martes, 11 de septiembre de 2012

Fabulosas narraciones por historias.



FABULOSAS NARRACIONES POR HISTORIAS. (Antonio Orejudo)

Que osado es reflejar de esa manera tan descarnada a grandes hitos de la literatura, que  temerario es bajar del pedestal a esas figuras casi intocables que han vivido en nuestros estantes por años y años; raya en la imprudencia no sólo esa desmitificación de grandes íconos, sino la puesta en escena de sus más bajos instintos y pasiones; pero como divierte hasta el punto de la hilaridad, el verlos babeando, conspirando, intrigando, amenazando, maldiciendo, gagueando, en fin, siendo humanos.   
En qué momento se juntan la realidad y la ficción en esta obra, no importa. Sólo se goza hasta el punto de creer lo que uno quiere y asumir como ciertos los hechos que uno desea; eso a mi modo de ver es el gran logro del autor, motivarnos a pensar que nuestro mundo real, es lo que nosotros creemos que es, es decir, cada cual se crea el mundo en su cabeza y lo vive a su modo, con sus mentiras y verdades.
Es una obra tan bien hecha y tan bien narrada, que nunca me imagine disfrutar de momentos bajos de lujuria, de abusos sexuales, de escatológicas competencias juveniles, de comerciales de productos íntimos y hasta del canibalismo; es increíble como se puede encarrilar la mente hasta encontrar la belleza en una narración de estos hechos, con las palabras correctas puestas en los lugares perfectos.
En fin, uno debe vivir y gozar las mentiras que uno mismo se crea, hasta el punto de convertirlas en su historia, en parte de su vida.

Fragmento memorable.
Me miró incrédulo con el cuchillo hundido media hoja en el esófago, se levantó y caminó tambaleándose por toda la habitación, como si buscara una salida a su muerte segura. Medi cuenta de la barbaridad que acababa de cometer. Dr Moore, para un ignorante como yo es muy dificil describir con palabras el infinito amor que se apoderó de mi corazón en ese momento. Corrí llonando a abrazarle y le desclavé el cuchillo como un inbécil, queriendo reparar lo que ya no tenía remedio. Un chorro de sangra roja, casi negra, sutió con fuerza. Y entonces tuve la idea. De todas las posibilidades, esta que relataré era la que más se acercaba a lo que en verdad hubiera querido, es decir, lo más parecido a devolverle la vida. lo que hice le parecera cruel, Dr Moore; pero si lo piensa despacio se dará cuenta de que sólo me movía el amor más puro y de que fue este inefable sentimiento el que me dio las fuerzas y el coraje necesarios para llevarlo a cabo. Le miré por última vez como a un hombre. Sus intentos eran inútiles: como el cuchillo le había roto la tráquea y rasgado las cuerdas vocales, sus espasmos sólo coseguían  aumentar la hemorragia, y lo único que hacía era unas muecas horrible, pero sonido, ninguno. Su agonía fue terrible. No perdió la consciencia. En todo momento supo que se estaba desangrando y que iba a morir lentamente. A mis ojos, su dolor y sus sufrimiento no hicieron sino anadirle belleza a su cuerpo y hermosura a su rostro. Dr Moore, no se puede usted imaginar la cantidad de sangre que cabe en un hombre adulto. Salía como el chorro de La Cibeles y lo manchaba todo: las paredes, los muebles, mi cuerpo, mi cara, su cabello, su rostro. Corrí por un caldero y aún pude recoger una cierta cantidad, que removí para que no se echará a perder, lo cual, dicho sea de paso, hubiera sido un sacrilegio. Para que la sangre no se estropee, además de removerla con un palo, hay que mezclarla con un poco de agua, una pizca de sal y una cebolla.



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