FABULOSAS NARRACIONES POR HISTORIAS.
(Antonio Orejudo)
Que
osado es reflejar de esa manera tan descarnada a grandes hitos de la
literatura, que temerario es bajar del
pedestal a esas figuras casi intocables que han vivido en nuestros estantes por
años y años; raya en la imprudencia no sólo esa desmitificación de grandes
íconos, sino la puesta en escena de sus más bajos instintos y pasiones; pero
como divierte hasta el punto de la hilaridad, el verlos babeando, conspirando,
intrigando, amenazando, maldiciendo, gagueando, en fin, siendo humanos.
En
qué momento se juntan la realidad y la ficción en esta obra, no importa. Sólo
se goza hasta el punto de creer lo que uno quiere y asumir como ciertos los
hechos que uno desea; eso a mi modo de ver es el gran logro del autor,
motivarnos a pensar que nuestro mundo real, es lo que nosotros creemos que es,
es decir, cada cual se crea el mundo en su cabeza y lo
vive a su modo, con sus mentiras y verdades.
Es
una obra tan bien hecha y tan bien narrada, que nunca me imagine disfrutar de
momentos bajos de lujuria, de abusos sexuales, de escatológicas competencias juveniles, de comerciales de productos íntimos y hasta del canibalismo; es increíble
como se puede encarrilar la mente hasta encontrar la belleza
en una narración de estos hechos, con las palabras correctas puestas en los
lugares perfectos.
En
fin, uno debe vivir y gozar las mentiras que uno mismo se crea, hasta el punto
de convertirlas en su historia, en parte de su vida.Fragmento memorable.
Me
miró incrédulo con el cuchillo hundido media hoja en el esófago, se levantó y
caminó tambaleándose por toda la habitación, como si buscara una salida a su
muerte segura. Medi cuenta de la barbaridad que acababa de cometer. Dr Moore,
para un ignorante como yo es muy dificil describir con palabras el infinito
amor que se apoderó de mi corazón en ese momento. Corrí llonando a abrazarle y
le desclavé el cuchillo como un inbécil, queriendo reparar lo que ya no tenía
remedio. Un chorro de sangra roja, casi negra, sutió con fuerza. Y entonces
tuve la idea. De todas las posibilidades, esta que relataré era la que más se
acercaba a lo que en verdad hubiera querido, es decir, lo más parecido a
devolverle la vida. lo que hice le parecera cruel, Dr Moore; pero si lo piensa
despacio se dará cuenta de que sólo me movía el amor más puro y de que fue este
inefable sentimiento el que me dio las fuerzas y el coraje necesarios para
llevarlo a cabo. Le miré por última vez como a un hombre. Sus intentos eran
inútiles: como el cuchillo le había roto la tráquea y rasgado las cuerdas
vocales, sus espasmos sólo coseguían
aumentar la hemorragia, y lo único que hacía era unas muecas horrible,
pero sonido, ninguno. Su agonía fue terrible. No perdió la consciencia. En todo
momento supo que se estaba desangrando y que iba a morir lentamente. A mis
ojos, su dolor y sus sufrimiento no hicieron sino anadirle belleza a su cuerpo
y hermosura a su rostro. Dr Moore, no se puede usted imaginar la cantidad de
sangre que cabe en un hombre adulto. Salía como el chorro de La Cibeles y lo
manchaba todo: las paredes, los muebles, mi cuerpo, mi cara, su cabello, su
rostro. Corrí por un caldero y aún pude recoger una cierta cantidad, que removí
para que no se echará a perder, lo cual, dicho sea de paso, hubiera sido un
sacrilegio. Para que la sangre no se estropee, además de removerla con un palo,
hay que mezclarla con un poco de agua, una pizca de sal y una cebolla.
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