OPERACIÓN PRINCESA
Todos somos malos, todos escondemos algo, en todos
nuestros cuerpos existen fibras malignas que tarde o temprano, y con diferentes
niveles de intensidad, saldrán de nosotros y continuarán vertiendo en el mundo
esa inmensa, pero ininterrumpida carga de maldad, que nos consume día a día.
¿Tocaremos fondo algún día? ¿En algún momento nos
cansaremos de regar sobre nuestros pies tanta crueldad? Tal y como lo expresaba
Larsson, en boca de Salander, todos somos culpables pero con diferente grado de
responsabilidad. Planteado así no tenemos esperanza, se acabaron los anhelos y
las ilusiones, todo esfuerzo caerá en terreno árido y nuestro fin no será otro que
la autodestrucción.
La sensación de impotencia que causa ver como el sistema
que nos rige, el mundo en que nos asentamos, o incluso el aire que respiramos
está impregnado de tanta barbarie, me conduce a pensar si vale la pena atizar
en nuestros corazones la esperanza de un futuro diferente; hasta qué punto
valdrá la pena inculcar en nuestros hijos el germen de la bondad.
Soy optimista, me gusta éste mundo, disfruto mucho
con la risa de los niños, la exuberancia de los paisajes y la magnificencia de
los animales, quizá sea una tarea titánica, por no decir que imposible, dar la
vuelta al sistema corrupto que nos rige, quizá ni nosotros, ni las generaciones
venideras estarán a la sombra de tanta injusticia, pero ante lo efímero de
nuestra presencia, ante lo fugaz de nuestro paso por la tierra, dependerá de
nosotros cuidar y hacer feliz a nuestro inmediato entorno, multiplicando por
uno.
Poco podremos hacer para erradicar tantos males que
nos aquejan como género, tantas injusticias que se multiplican
exponencialmente, pero soy consciente de que abandonar la batalla no es una
opción, que como pregonaba Luther King, es la indiferencia de la gente buena,
más destructora que la maldad de la gente mala. Y a eso, no quiero jugar.