Me
gusta leer, y me gusta tocar guitarra, aunque por una época tuve estas dos
aficiones ocultas, por no decir que desterradas de mi vida, pero por una buena
razón, el nacimiento y los primeros años de mis hijos.
Y es que el cambio de prioridades del que le
hablan a uno los amigos y familiares “Papás”,
no se vive, hasta que se vive. Y entre más lo vivo más lo siento.
Pero
como en la vida “los hijos son prestados”, y además, estos empiezan a crecer creando esos pequeños espacios en los que sus personalidades se van delineando, convirtiéndose
en esos seres cada vez menos dependientes, más libres, más
ellos; hasta el día en que literalmente les oleremos a feo y preferirán, como
nosotros lo hicimos, a sus amistades, con las cuales hablan el mismo idioma y del cual nosotros a duras penas entendemos fragmentos, por más puentes que
hayamos tendido con ellos durante su infancia.
Duele,
si, pero como reconforta, como enorgullece ver a los hijos desarrollarse y
desenvolverse día a día en este mundo que para bien o para mal, les hemos
heredado, y que es de ellos más que de nosotros.
Y
es ahí, en esos espacios que cada vez se vuelven más grandes, cuando uno vuelve a
reencontrarse con ese que era, con ese ser individual y hasta egoísta, al que
le gusta leer y tocar guitarra, y otras cosas más, pero sobretodo esas.
Por
eso es que volví a leer, volví a perder mi cabeza entre páginas, volví a
recrear en mi cabeza imágenes como sólo yo puedo hacerlo, gracias a los libros
y por supuesto a sus autores, a quienes admiro profundamente y por eso es que
quiero plasmar las sensaciones que percibo en las letras, para acercar a la
gente al maravilloso mundo de los libros.
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