El viejo y el
mar (Ernest Heminway)
Comprendí el por qué, éste texto es lectura
casi obligatoria en nuestros años adolescentes, comprendí que no hay mejor
manera de adentrarse en la magia de las letras, en el mundo que se nos va descubriendo
frase a frase, página a página, que con este estilo puro y sencillo a la vez, que
nos recrea Hemingway.
El universo literario, como el universo
mismo, es infinito, es inagotable, y en esta obra se crea de una escena tan sencilla
como lo es relatar una jornada de pesca de un viejo lobo de mar, una épica batalla
entre el hombre y la naturaleza, entre la dignidad humana y las penurias que la
aquejan, entre el vigor interno que nos mantiene jóvenes y el inexorable paso de
los años, que nos va empujando hacia el anunciado y sabido fin.
La odisea que se nos recrea es triste y
vital a la vez, es paciente y osada, es como la vida misma, llena de altibajos y
de instantáneas, que se convierten indudablemente en nuestro diario vivir.
Cómo se disfruta de un libro cuando no se
adivina la acción a seguir en el siguiente párrafo, cuando el siguiente giro de
la historia no se advierte, y una vez leído sorprende hasta el punto de obligarnos
a hacer un alto y preguntarnos, cómo lo hacen, cómo lo logran.
Relato vital que nos lleva, no sólo a lo
profundo de un océano, sino que nos remonta también a ese enorme mar que es el comportamiento
humano, para revelarnos su fuerza, tenacidad, voluntad, y su eterna lucha
por dominar la grandeza y el poderío de la naturaleza.
Fragmento memorable.
"Algunos pescadores más jóvenes, los
que utilizaban boyas para los sedales y tenían botes a motor, comprados cuando los
hígados de tiburón se pagaban a buen precio, lo llamaban el mar, en masculino. Y
hablaban de él como un rival, o un lugar, o incluso un enemigo. Pero el viejo siempre
se refería a él en femenino y como algo que concedía o rehusaba grandes favores
y que si hacía cosas malvadas y violentas era por que no podía evitarlo. La luna
le afectaba igual que a las mujeres, pensó".